Se ha dicho con verdad que sÓlo dos grandes figuras de los tiempos modernos bajaron tranquilas de la cima de la grandeza, WÁshington y San MartÍn, porque ellos no fueron ni poder, ni ambiciÓn, ni partidos, ni odios, ni gloria egoÍsta, sino una misiÓn que debÍa concluir en un dÍa irrevocable, en medio de la propia existencia. WÁshington no abdicÓ. Al colgar su espada despuÉs del triunfo, y entregar el poder pÚblico en manos de un pueblo libre, afirmÓ la corona cÍvica sobre sus sienes, siguiÓ sin violencia el ancho camino que le estaba trazado, y alumbrado por astros propicios, se extinguiÓ en el reposo con la angÉlica serenidad de los Ángeles tutelares.
San MartÍn abdicÓ en medio de la lucha, antes de completar su obra, no por su voluntad, como Él lo dijo en su despedida y como se ha creÍdo por mucho tiempo, sino forzado por la lÓgica de su destino y obedeciendo a las inspiraciones del bien; y en haberlo reconocido en tiempo bajo los auspicios de la razÓn serena, consiste la grande moral El PerÚ habÍa sido libertado por un puÑado de cuatro mil hombres (dos mil argentinos y dos mil chilenos) contra veintitrÉs mil soldados, que mantenÍan en alto los pendones del rey de EspaÑa en toda la extensiÓn del continente americano. San MartÍn, sosteniendo en sus brazos robustos, como muy bien se ha dicho, el cadÁver de su pequeÑo ejÉrcito diezmado por la peste y los combates, habÍa declarado la independencia del Esta grande empresa, realizada con tan pobres medios, con tanta economÍa de fuerzas y de sangre, y tan fecundos resultados, se caracteriza como
Desde ese momento, el triunfo de la causa de la independencia americana dejÓ de ser un problema militar y polÍtico: fuÉ simplemente cuestiÓn de mÁs esfuerzos y de mÁs tiempo. Desde ese dÍa, el sol al levantarse sobre el hemisferio de ColÓn, no alumbrÓ mÁs esclavos que los que aÚn continuaban aherrojados bajo las plantas de los Últimos ejÉrcitos realistas, atrincherados en las montaÑas del PerÚ. Pero, para alcanzar la victoria definitiva, era necesario que el mismo PerÚ, hondamente revolucionado, pusiese sobre las armas diez mil soldados mÁs, y el PerÚ no podÍa ponerlos. Chile no podÍa repetir el supremo esfuerzo que habÍa hecho, para remontar sus tropas expedicionarias. La RepÚblica Argentina, polÍtica y socialmente disuelta, al mismo tiempo que sus hijos ausentes emancipaban lejanos pueblos, no podÍa enviar nuevos contingentes a su ejÉrcito libertador de los Andes. Mientras tanto, las legiones triunfantes de BolÍvar, En tal situaciÓn, Colombia era el Árbitro de los destinos del Nuevo Mundo, y en manos del Libertador BolÍvar estaba la masa hercÚlea que debÍa dar el golpe final, en el supremo y definitivo combate que iba a librarse en el PerÚ. Para concentrar este supremo esfuerzo, los dos grandes libertadores se encontraron en aquel punto cÉntrico del mundo en que sus soldados habÍan fraternizado. Sus miradas se cruzaron como dos relÁmpagos en la regiÓn tempestuosa de las nubes, sus brazos se unieron, pero sus almas no se confundieron, porque comprendieron, que aunque BolÍvar era el genio de la ambiciÓn delirante, con el temple fÉrreo de los varones fuertes, con el corazÓn lleno de pasiones sin freno, con la cabeza poblada de flotantes sueÑos polÍticos, sediento de gloria, de poder, de esplendor, de estrÉpito, que San MartÍn era el vaso opaco de la Escritura, Por eso los dos murieron en el ostracismo. El uno en su edad viril, precipitado de lo alto, con las entraÑas devoradas por el buitre de su inextinguible ambiciÓn personal, llorando hasta sus Últimos momentos el poder perdido. Estas dos naturalezas opuestas y compactas, fuerte la una El Libertador de Colombia alcanzarÁ mÁs triunfos, cosecharÁ mÁs laureles y merecerÁ mÁs la admiraciÓn de la historia por su gloriosa epopeya terminada. El Libertador argentino, venciendo las mÁs arduas dificultades, preparando el camino y venciÉndose a sÍ mismo, merecerÁ en los tiempos la simpatÍa etÉrea de las almas bien equilibradas. San MartÍn, con su alto buen sentido, dÁndose cuenta clara de la situaciÓn y de sus deberes para con ella, se inmolÓ en aras de una ambiciÓn implacable, que era una fuerza eficiente, y cuya dilataciÓn fatal era indispensable al triunfo de su causa.
Los realistas conservaban aÚn diez y nueve mil hombres en las montaÑas del PerÚ. San MartÍn apenas contaba con ocho mil quinientos, y necesitaba Ante esta solemne espectativa, San MartÍn reconociÓ el temple de sus armas de combate, y viÓ: que el PerÚ flaqueaba, que su opiniÓn Tal es el significado histÓrico y el sentido moral de la abdicaciÓn de San MartÍn. |