EL NEGRO FALUCHO BartolomE Mitre

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En la noche del 3 de febrero, subsiguiente a la sublevaciÓn, hallÁbase de centinela en el torreÓn del Real Felipe un soldado negro del regimiento del RÍo de la Plata, conocido con el nombre de guerra de Falucho.

Era Falucho un soldado valiente, muy conocido por la exaltaciÓn de su patriotismo y, sobre todo, por su entusiasmo por cuanto pertenecÍa a Buenos Aires. Como uno de tantos que se hallaban en igual caso, habÍa sido envuelto en la sublevaciÓn, que hasta aquel momento no tenÍa mÁs carÁcter que el de un motÍn de cuartel.

Mientras que aquel oscuro centinela velaba en el alto torreÓn del castillo, donde se elevaba el asta en que hacÍa pocas horas flameaba el pabellÓn argentino, Casariego decidÍa a los sublevados a enarbolar el estandarte espaÑol en la oscuridad de la noche, antes que se arrepintiesen de su resoluciÓn.

Sacada la bandera espaÑola de la sala de armas donde se hallaba rendida y prisionera, fuÉ llevada en triunfo hasta el baluarte de Casas-Matas, donde debÍa ser enarbolada primeramente, afirmÁndola[381] con una salva general de todos los castillos.

Faltaba poco para amanecer, y los primeros resplandores de la aurora iluminaban el horizonte.

En aquel momento se presentaron ante el negro Falucho los que debÍan enarbolar el estandarte, contra el que combatÍan desde catorce aÑos.

A su vista, el noble soldado, comprendiendo su humillaciÓn, se arrojÓ al suelo y se puso a llorar amargamente, prorrumpiendo en sollozos.

Los encargados de cumplir lo ordenado por Moyano, admirados de aquella manifestaciÓn de dolor, que acaso interpretaron como un movimiento de entusiasmo, ordenaron a Falucho que presentase el arma al pabellÓn del rey que se iba a enarbolar.

—Yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado siempre,—contestÓ Falucho con melancÓlica energÍa, apoderÁndose nuevamente del fusil que habÍa dejado caer.

—Revolucionario! Revolucionario!—gritaron varios a un mismo tiempo.

—Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor!—exclamÓ Falucho con el laconismo de un hÉroe de la antigÜedad; y tomando su fusil por el caÑÓn, lo hizo pedazos contra el asta, entregÁndose nuevamente al mÁs acerbo dolor.


Estatua al Negro Falucho en Buenos Aires Blasco IbÁÑez, Argentina y sus grandezas

Estatua al Negro Falucho en Buenos Aires
(Blasco IbÁÑez, Argentina y sus grandezas)

Los ejecutores de la traiciÓn, apoderÁndose inmediatamente de Falucho, le intimaron que iba a morir, y haciÉndole arrodillar en la muralla que daba frente al mar, cuatro tiradores le abocaron sus armas al pecho y a la cabeza. Todo era silencio, y las sombras flotantes de la noche aun no se habÍan disipado. En aquel momento brillÓ el fuego de cuatro fusiles; se oyÓ una sorda detonaciÓn; resonÓ un grito de Viva Buenos Aires! y luego, entre una nube de humo, se sintiÓ el ruido sordo de un cuerpo que caÍa al suelo. Era el cuerpo ensangrentado de Falucho, que caÍa gritando Viva Buenos Aires! Feliz el pueblo que tales sentimientos puede inspirar al corazÓn de un soldado tosco y oscuro!

AsÍ muriÓ Falucho, como un guerrero digno de la RepÚblica de Esparta, enseÑando cÓmo se muere por sus principios y cÓmo se protesta bajo el imperio de la fuerza. Para enarbolar la bandera espaÑola en los muros del Callao, fuÉ necesario[382] pasar por encima de su cadÁver; se enarbolÓ al fin, pero salpicada con su sangre generosa; y aun tremolando orgullosamente en lo alto del baluarte, el valiente grito de Viva Buenos Aires! fuÉ la noble protesta del mÁrtir contra la traiciÓn de sus compaÑeros. Esa protesta fuÉ sofocada por el estruendo de la artillerÍa en todos los baluartes del Callao.

Falucho era nacido en Buenos Aires, y su nombre[383] verdadero era Antonio Ruiz. Pocos generales han hecho tanto por la gloria como ese humilde y oscuro soldado, que no tuvo sepulcro, que no ha tenido una corona de laurel, y que reciÉn hoy tiene un recuerdo en la historia de su patria![384]

El martirio de Falucho no fuÉ estÉril. Pocos dÍas despuÉs se sublevaron en la Tablada de LurÍn[385] dos escuadrones del regimiento de granaderos a caballo, y deponiendo a sus jefes y oficiales, marcharon a incorporarse a los sublevados del Callao. A la distancia vieron flotar el pabellÓn espaÑol en las murallas. A su vista, una parte de los granaderos, que ignoraban que los sublevados hubiesen proclamado al Rey, volvieron avergonzados sobre sus pasos, como si la terrible sombra de Falucho les enseÑase el camino del honor. SÓlo los mÁs comprometidos persistieron en su primera resoluciÓn, y volvieron sus armas contra sus antiguos compaÑeros, quedando asÍ disuelto por el motÍn y la traiciÓn el memorable ejÉrcito de los Andes, libertador del Chile y del PerÚ.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

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