En lontananza, y sobre las rocas de Montagut, viÓ destacarse la negra silueta de su castillo, sobre el fondo azulado y transparente del cielo de la noche.—Mi castillo estÁ lejos y estoy cansado, murmurÓ; esperarÉ el dÍa en un lugar cercano, y se dirigiÓ al lugar.—LlamÓ Á la puerta.—¿Quien sois? le preguntaron.—El barÓn de Fortcastell, respondiÓ, y se le rieron en sus barbas.—LlamÓ Á otra.—¿QuiÉn sois y que querÉis? tornaron Á preguntarle.—Vuestro seÑor, insistiÓ el caballero, sorprendido de que no le conociesen; Teobaldo de Montagut.[1]—Teobaldo de Montagut! dijo colÉrica su interlocutora, que no era una vieja; Teobaldo de Montagut el del cuento!... Bah!... Seguid vuestro camino, y no vengÁis Á sacar de su sueÑo Á las gentes honradas para decirles chanzonetas insulsas.
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