La noche habÍa cerrado, y el viento gemÍa agitando las hojas de los Árboles, por entre cuyas frondosas ramas se deslizaba un suave rayo de luna, cuando Teobaldo, incorporÁndose sobre el codo y restregÁndose los ojos como si despertara de un profundo sueÑo, tendiÓ alrededor una mirada y se encontrÓ en el mismo bosque donde hiriÓ al jabalÍ, donde cayÓ muerto su corcel; donde le dieron aquella fantÁstica cabalgadura que le habÍa arrastrado Á unas regiones desconocidas y misteriosas. Un silencio de muerte reinaba Á su alrededor; un silencio que sÓlo interrumpÍa el lejano bramido de los ciervos, el temeroso murmullo de las hojas, y el eco de una campana distante que de vez en cuando traÍa el viento en sus rÁfagas. —HabrÉ soÑado, dijo el barÓn: y emprendiÓ su camino al travÉs del bosque, y saliÓ al fin Á la llanura. |