FACUNDO QUIROGA Domingo F. Sarmiento

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Le llamaron Tigre de los Llanos, y no le sentaba mal esta denominaciÓn. La frenologÍa y la anatomÍa comparada han demostrado, en efecto, las relaciones que existen entre las formas exteriores y las disposiciones morales, entre la fisonomÍa del hombre y la de algunos animales a quienes se asemeja en su carÁcter. Facundo, porque asÍ lo llamaron largo tiempo los pueblos del interior—el general D. Facundo Quiroga, el Exmo. brigadier general D. Juan Facundo Quiroga, todo esto vino despuÉs, cuando la sociedad lo recibiÓ en su seno y la victoria lo hubo coronado de laureles,—Facundo, pues, era de estatura baja y fornida; sus anchas espaldas sostenÍan sobre un cuello corto una cabeza bien formada, cubierta de pelo espesÍsimo, negro y ensortijado. Su cara un poco ovalada estaba hundida en medio de un bosque de pelo, a que correspondÍa una barba igualmente espesa, igualmente crespa y negra, que subÍa hasta los juanetes, bastante pronunciados para descubrir una voluntad firme y tenaz. Sus ojos negros, llenos de fuego y sombreados por pobladas cejas, causaban una sensaciÓn involuntaria de terror en aquellos en quienes alguna vez llegaban a fijarse; porque Facundo no miraba casi nunca de frente; por hÁbito, por arte, por deseo de hacerse siempre temible, tenÍa de ordinario la cabeza inclinada, y miraba por entre las cejas, como el AlÍ-BajÁ de Monvoisin. El CaÍn que[458] representaba la famosa compaÑÍa Ravel me despierta[459] la imagen de Quiroga, quitando las posiciones artÍsticas de la estatuaria que no le convienen. Por lo demÁs, su fisonomÍa es regular, y el pÁlido moreno de su tez sentaba bien a las sombras espesas en que quedaba encerrada.

La estrechura de su cabeza revelaba, sin embargo, bajo esta cubierta selvÁtica, la organizaciÓn privilegiada de los hombres nacidos para mandar. Quiroga poseÍa esas cualidades necesarias que hicieron del estudiante de Brienne el genio de la[460] Francia, y del Mameluco oscuro que se batÍa[461] con los franceses en las pirÁmides, el virrey de Egipto. La sociedad en que nacen da a estos caracteres la manera especial de manifestarse: sublimes, clÁsicos, por decirlo asÍ, van al frente de la humanidad civilizada en algunas partes; terribles, sanguinarios y malvados, son en otras su mancha, su oprobio.


Juan Facundo Quiroga CivilizaciÓn y barbarie Lithograph by P. Cadot

Juan Facundo Quiroga
(CivilizaciÓn y barbarie Lithograph by P. Cadot)

Quiroga es el hombre de la naturaleza que no ha aprendido aÚn a contener o a disfrazar sus pasiones, que las muestra en toda su energÍa, entregÁndose a toda su impetuosidad. Éste es el carÁcter original del gÉnero humano; y asÍ se muestra en las campaÑas pastoras de la RepÚblica Argentina.

Facundo es un tipo de la barbarie primitiva; no conociÓ sujeciÓn de ningÚn gÉnero; su cÓlera era de las fieras; la melena de renegridos y ensortijados cabellos caÍa sobre su frente y sus ojos en guedejas como las serpientes de la cabeza de Medusa; su voz se enronquecÍa, sus miradas se[462] convertÍan en puÑaladas; dominado por la cÓlera, mataba a patadas estrellÁndole los sesos a N. por una disputa de juego; arrancaba ambas orejas a una querida porque le pedÍa 30 pesos para celebrar un matrimonio consentido por Él; y abrÍa a su hijo Juan la cabeza de un hachazo, porque no[463] habÍa cÓmo hacerlo callar; daba de bofetadas a una linda seÑorita en TucumÁn a quien ni seducir, ni forzar podÍa; en todos sus actos mostrÁbase el hombre bestia aÚn, sin ser estÚpido, y sin carecer de elevaciÓn de miras. Incapaz de hacerse admirar o estimar, gustaba de ser temido: pero este gusto era exclusivo, dominante hasta el punto de arreglar todas las acciones de su vida a producir el terror como expediente para suplir al patriotismo y a la abnegaciÓn; ignorante, rodeÁbase de misterios y se hacÍa impenetrable; valiÉndose de su sagacidad natural, de una capacidad de observaciÓn no comÚn, y de la credulidad del vulgo, fingÍa una presciencia de los acontecimientos, que le daba prestigio y reputaciÓn entre las gentes vulgares.

Es inagotable el repertorio de anÉcdotas de que estÁ llena la memoria de los pueblos con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen un sello de originalidad que le daban ciertos visos orientales, cierta tintura de sabidurÍa salomÓnica en el concepto de la plebe. ¿QuÉ diferencia hay, en efecto, entre aquel famoso expediente de mandar[464] partir en dos el niÑo disputado, a fin de descubrir la verdadera madre, y este otro para encontrar un ladrÓn?

Entre los individuos que formaban su compaÑÍa, habÍase robado un objeto, y todas las diligencias practicadas para descubrir el ladrÓn habÍan sido infructuosas. Quiroga forma la tropa, hace cortar tantas varitas de igual tamaÑo cuantos soldados habÍa; hace en seguida que se distribuyan a cada uno; y luego con voz segura, dice: “AquÉl cuya varita amanezca maÑana mÁs grande que las[465] demÁs, Ése es el ladrÓn.” Al dÍa siguiente formÓse de nuevo la tropa, y Quiroga procede a la verificaciÓn y comparaciÓn de varitas; un soldado hay, empero, cuya vara aparece mÁs corta que las otras. “Miserable!” le grita Facundo con voz aterrante, “tÚ eres...!” y en efecto Él era;[466] su turbaciÓn lo dejaba conocer demasiado. El expediente es sencillo; el crÉdulo gaucho, temiendo que efectivamente creciese su varita, le habÍa cortado un pedazo. Pero se necesita superioridad y cierto conocimiento de la naturaleza humana, para valerse de estos medios.

HabÍanse robado algunas prendas de la montura de un soldado, y todas las pesquisas habÍan sido inÚtiles para descubrir al ladrÓn. Facundo hace formar la tropa y que desfile por delante de Él, que estÁ con los brazos cruzados, la mirada fija,[467] escudriÑadora, terrible. Antes ha dicho: “Yo sÉ quien es”, con una seguridad que nada desmiente.[468] Empiezan a desfilar; desfilan muchos, y Quiroga permanece inmÓvil: es la estatua de JÚpiter Tonante, es la imagen del Dios del juicio[469] final. De repente se avanza sobre uno, le agarra del brazo y le dice con voz breve y seca: “¿DÓnde estÁ la montura?...” “AllÍ, seÑor”, contesta seÑalando un bosquecillo.—“Cuatro tiradores”, grita entonces Quiroga.

¿QuÉ revelaciÓn era esta? La del terror y la del crimen hecha ante un hombre sagaz. Estaba otra vez un gaucho respondiendo a los cargos que se le hacÍan por un robo. Facundo le interrumpe diciendo: “Ya este pÍcaro estÁ mintiendo; a ver! cien azotes....” Cuando el reo hubo salido, Quiroga dijo a alguno que se hallaba presente: “Vea, patrÓn, cuando un gaucho al hablar estÁ haciendo marcas con el pie, es seÑal que estÁ mintiendo.” Con los azotes el gaucho contÓ la historia como debÍa de ser, esto es, que habÍa robado una yunta de bueyes.

Necesitaba otra vez y habÍa pedido un hombre resuelto, audaz para confiarle una misiÓn peligrosa. EscribÍa Quiroga cuando le trajeron el hombre: levanta la cara despuÉs de habÉrselo anunciado[470] varias veces, lo mira, y dice continuando de escribir:[471] “Eh!!!... Ése, es un miserable! Pido un hombre valiente y arrojado!” AveriguÓse en efecto que era un patÁn.

De estos hechos hay a centenares en la vida de Facundo, y que al paso que descubren un hombre superior, han servido eficazmente para labrarle una reputaciÓn misteriosa entre los hombres groseros, que llegaban a atribuirle poderes sobrenaturales.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

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