(Title: Buenos Aires. The name Buenos Aires goes back to two legends. The one says that on landing the settlers exclaimed, “QuÉ buenos aires!”, whence the name. The other, and more likely one, says that the sailors, hard pressed by bad weather, made vows to “la Virgen de Buenos Aires”, their patron saint, and upon landing safely named the place Buenos Aires, in gratitude to her.)
Se necesita hacer un esfuerzo de imaginaciÓn para comprender hoy lo que era Buenos Aires ahora setenta aÑos. La porciÓn urbana que servÍa de asiento a la iniciativa polÍtica y gubernamental de la comuna, ocupaba un radio bastante modesto. Tomando por texto el plano de la ciudad, que, por orden del virrey AvilÉs, levantÓ en el aÑo de 1800 el seÑor don Pedro CerviÑo, agrimensor y piloto muy competente, se ve que los suburbios, es decir, la parte en que no habÍa paredes sino cercos de tunales, comenzaban, por el sur, en las manzanas limitadas hoy por las calles de MÉjico y de Chile. A ese lado, la ciudad quedaba separada de sus orillas por esa avenida caudalosa de las lluvias que llaman el tercero del[552] sur, cuyo nombre antiguo era el Puente de los Granados, porque atravesaba terrenos de la propiedad de la familia de este nombre, a la que pertenecÍa la virtuosÍsima madre de nuestro amigo y co-redactor D. Juan MarÍa GutiÉrrez.[553] AllÍ comenzaban ya los cercos que encerraban una infinidad de huecos o eriales atravesados por sendas, y en cuya extensiÓn vivÍan, en casas muy modestas, no sÓlo las familias pobres, sino tambiÉn un extenso nÚmero de las de mediana condiciÓn, sin necesidad y sin idea ninguna de la riqueza. El amueblado de una familia comÚn podÍa calcularse, cuando mÁs, entre cien y ciento cincuenta pesos de plata. Duraba de una generaciÓn a la otra, y no se renovaba jamÁs sino por piezas insignificantes. La mesa y el mantenimiento se reducÍa, en general, al gasto de dos a[554] cuatro reales por dÍa, sin dejar de ser abundante y suculenta, porque todos tenÍan aves y verduras en sus corrales, y lo Único que se compraba era la carne y el pan.
Estos suburbios, muy bien caracterizados por CerviÑo con el nombre de tunales, se corrÍan desde el Puente de los Granados (en la calle del PerÚ), siguiendo una lÍnea oblicua hacia el noroeste, hasta la plaza de Monserrat, que quedaba lindera, diremos asÍ, con el despoblado; y que era por lo mismo un suburbio popular de los mÁs poblados, y muy turbulento por cierto. La iglesia y la parroquia de la ConcepciÓn quedaban naturalmente entre las quintas y entre los cercos agrestes de las orillas. Entre Monserrat y la Plaza Nueva (hoy Mercado del Plata) habÍa unas cuantas manzanas de poblaciÓn algo compacta aunque de pura clase pobre; y lo que es hoy calle de Salta quedaba entonces entre los eriales y los huecos, que eran verdaderos matorrales de hinojos y de cardos, erizados de arbustos de sauco, y de montes de durazneros que servÍan para abastecer de leÑa a la poblaciÓn. En toda la lÍnea del norte, que es[555] hoy la calle de Corrientes, comenzaban de nuevo los tunales, los huertos, los cercos agrestes, los eriales con sendas, hasta el Retiro, donde estaba la Plaza de Toros, y cuyas cercanÍas estaban rÚsticas y muy pobladas de orilleros. HabÍa tambiÉn por allÍ algunas quintas, que eran verdaderas soledades bastante difÍciles de cuidar: campo de la justicia de los prebostes de la Hermandad.[556]
En un paÍs tan pluvioso como el nuestro, formado por terrenos de aluviÓn, es evidente que entonces no podÍa haber caminos pÚblicos en un estado de mediano servicio. Los pantanos rodeaban la ciudad haciendo un verdadero laberinto de sendas y de portillos, que requerÍan una especial vaquÍa de parte de los que tenÍan que practicarlos. MÁs atrÁs de la zona solitaria de las quintas, habÍa algunas chacras extensas erizadas de montes, de espinillos y de durazneros, entre los cuales eran cÉlebres, como abrigos de bandidos, el monte de campana cerca de lo que es hoy la Floresta, el monte de Castro, entre Flores y MorÓn, el callejÓn de IbÁÑez; a los que no les iban en zaga otros lugares, que aunque mÁs cercanos, tenÍan tambiÉn malÍsima fama; como el hueco de los Sauces, los cercos de los Ejercicios, la quinta de Rivadavia, el paso de Burgos, el hueco de Cabecitas y el de doÑa Ingracia; y sobre todo, los zanjones del tercero del norte, que eran hasta 1830 uno de los puntos mÁs selvÁticos y agrestes que pudiera tener a su costado una ciudad civilizada y revolucionaria[557] como era la de Buenos Aires en 1815.
Era natural que el centro mÁs urbano y mÁs noble de la Comuna participase en algo de las malas condiciones de sus suburbios. La carestÍa de la piedra, la dificultad de sacarla de la Banda Oriental, por falta de brazos aptos y por falta de buques[558] en que conducirla, hacÍan que apenas hubiese[559] una que otra calle, malÍsimamente empedrada. Se conocÍa por calle del Empedrado la que hoy es[560] de la Florida; y no es poca lÁstima que se le haya quitado este tÍtulo original de nobleza, que le corresponde en la tradiciÓn de la cultura de nuestra ciudad. Las lluvias copiosÍsimas de aquellos tiempos han dejado fama en el recuerdo de nuestros padres. Al correr como torrentes, para salir al rÍo, o para empozarse en los pantanos, se llevaban gran parte del piso, abriendo curvas de zanjas profundas y de precipicios entre una y otra acera, y hacÍan imposible atravesar las calles (fuera de ocho o diez cuadras en el centro) por otra parte que por las esquinas, donde habÍa apoyos de grandes piedras puestas a distancia para afirmar el pie. Era tal este estado, que en la parte que es hoy calle de Cangallo (entre Florida y MaipÚ) habÍa lagunas donde se ahogaron algunos lecheros en tiempos del virrey VÉrtiz, como consta de documentos oficiales.
Por la noche, esta esplÉndida ciudad de Buenos Aires, que hoy enrojece su atmÓsfera con los reflejos del gas, presentaba un aspecto desolado, si es que las tinieblas pueden tener aspecto. A lo largo de la calle del Correo (hoy PerÚ) se divisaban de un extremo a otro, cuatro linternillas diminutas que seÑalaban las cuatro mesitas en que los loteros privilegiados por el Cabildo expedÍan cedulillas, arrimados a la pared y con un pequeÑo farol que era la Única luz de esa calle central. Las veredas eran de mal ladrillo, hÚmedas, estrechas, desiguales, y temblorosas encima del barrial en que tenÍan su asiento; y en muy pocas calles las habÍa.[561]
Buenos Aires era una ciudad baja, aplastada y cubierta con las capuchas de los tejados de feÍsimo aspecto; que tenÍa, sin embargo, la reputaciÓn de[562] la belleza entre las otras ciudades espaÑolas. Pero esa fama le venÍa de sus habitantes, mÁs bien que de su suelo. En ambos sexos, ellos eran de espÍritu alegre y suelto; de alma impresionable y simpÁtica; admiradores entusiastas y copistas ardientes de las grandes novedades de la civilizaciÓn. Naturalmente inclinados a lo liberal; con algo de aturdido y de liviano, pero siempre bien inspirados, inclinados a la pompa y halagados por la vanagloria que viene de hacer el bien y de realizar hazaÑas. La sociedad era por esto expansiva y hospitalaria. Su arrogancia era abierta, porque consistÍa siempre en el anhelo de que su revoluciÓn y sus progresos sirviesen a todos,[563] e hiciesen de nuestro suelo y de nuestras leyes, el abrigo de todas las razas del mundo que no estuvieran bien avenidas en el suyo.
Tal era entonces la capital, en cuya frente el[564] poeta de la revoluciÓn habÍa escrito estos versos tan arrogantes como adecuados, entonces, al genio de la Comuna:
Calle Esparta su virtud:
Su virtud calle Roma;
Silencio! que al mundo asoma
La gran capital del Sud.
Pero, Ésta era la ciudad que habÍa hecho la RevoluciÓn de Mayo, que la habÍa defendido y salvado contra todo el poder de la EspaÑa, proclamando los principios mÁs elevados, mÁs generosos y mÁs humanitarios de la civilizaciÓn moderna. Ésta misma era la ciudad que habÍa vencido y rendido dos ejÉrcitos ingleses; que habÍa deshecho y apresado tres escuadras espaÑolas; que habÍa plantado la bandera argentina en las murallas de Montevideo; que iba con un paso seguro a reconquistar a Chile, a libertar al PerÚ, y a llevarle soldados a BolÍvar para ganar la batalla famosa de JunÍn y libertar a Quito. Para motejar, entonces, la arrogancia de la cuarteta, serÍa preciso ver cÓmo podrÍan borrarse de la historia, o como podrÍan motejarse los hechos gloriosos que la inspiraron.