Ya despuÉs de dudar un instante y Á una nueva orden de su seÑor, comenzaban los pajes Á desatar los lebreles, que aturdÍan la iglesia con sus ladridos; ya el barÓn habÍa armado su ballesta riendo con una risa de SatanÁs, y el venerable sacerdote, murmurando una plegaria, elevaba sus ojos al cielo y esperaba tranquilo la muerte, cuando se oyÓ fuera del sagrado recinto una vocerÍa horrible, bramidos de trompas que hacÍan seÑales de ojeo, y gritos de Al jabali!—Por Zas breÑas!— |