Al llegar la media noche, los reyes se retiraron Á su camara. TerminÓ el sarao y los curiosos de la plebe que aguardaban con impaciencia este momento, formando grupos y corrillos en las avenidas del palacio, corrieron Á estacionarse en la cuesta del alcÁzar,[1] los miradores[2] y el Zocodover. [Footnote 1: la cuesta del alcÁzar. This is the name of the street that leads from the Zocodover up to the height on which is situated the Alcazar (see p. 61, note 3).] [Footnote 2: miradores. See p. 51 note 2.] Durante una Ó dos horas, en las calles inmediatas Á estos puntos reinÓ un bullicio, una animaciÓn y un movimiento indescriptibles. Por todas partes se veÍan cruzar escuderos caracoleando en sus corceles ricamente enjaezados; reyes de armas con lujosas casullas llenas de escudos y blasones: timbaleros vestidos de colores vistosos, soldados cubiertos de armaduras resplandecientes, pajes con capotillos de terciopelo y birretes coronados de plumas, y servidores de Á pie que precedÍan las lujosas literas y las andas cubiertas de ricos paÑos, llevando en sus manos grandes hachas encendidas, Á cuyo rojizo resplandor podÍa verse Á la multitud, que con cara atÓnita, labios entreabiertos y ojos espantados, miraba desfilar con asombro Á todo lo mejor de la nobleza castellana, rodeada en aquella ocasiÓn de un fausto y un esplendor fabulosos. Luego, poco Á poco fuÉ cesando el ruido y la animaciÓn; los vidrios de colores de las altas ojivas del palacio dejaron de brillar; atravesÓ por entre los apiÑados grupos la Última cabalgata; la gente del pueblo Á su vez comenzÓ Á dispersarse en [Footnote 1: torcidas. See p. 50, note 2.] Al llegar Á la plaza de Éste nombre se detuvo un momento, y volviÓ Á pasear la mirada Á su alrededor. La noche estaba obscura; no brillaba una sola estrella en el cielo, ni en toda la plaza se veÍa una sola luz; no obstante, allÁ Á lo lejos, y en la misma direcciÓn en que comenzÓ Á percibirse un ligero ruido como de pasos que iban aproximÁndose, creyÓ distinguir el bulto de un hombre: era sin duda el mismo Á quien parecÍa[1] aguardaba con tanta impaciencia. [Footnote 1: parecÍa is parenthetic in sense as used here.] El caballero que acababa de abandonar el alcÁzar para dirigirse al Zocodover era Alonso Carrillo, que en razÓn al puesto de honor que desempeÑaba cerca de la persona del rey, habÍa tenido que acompaÑarle en su cÁmara hasta aquellas horas. El que saliendo de entre las sombras de los arcos[1] que rodean la plaza vino Á reunÍrsele, Lope de Sandoval. Cuando los dos caballeros se hubieron reunido, cambiaron algunas frases en voz baja. [Footnote 1: arcos. See p. 64, note 1.] —PresumÍ que me aguardabas, dijo el uno. —Esperaba que lo presumirÍas, contesto el otro. —Y ¿Á dÓnde iremos? —Á cualquiera parte en que se puedan hallar cuatro palmos de terreno donde revolverse, y un rayo de claridad que nos alumbre. Terminado este brevÍsimo diÁlogo, los dos jÓvenes se internaron por una de las estrechas calles que desembocan en el Zocodover, desapareciendo en la obscuridad como esos fantasmas de la noche, que despuÉs de aterrar un instante al que los ve, se deshacen en Átomos de niebla y se confunden en el seno de las sombras. Largo rato anduvieron dando vueltas Á travÉs de las calles de Toledo, buscando un lugar Á propÓsito para terminar sus diferencias; pero la obscuridad de la noche era tan profunda, que el duelo parecÍa imposible. No obstante, ambos deseaban batirse, y batirse antes que rayase el alba; pues al amanecer debÍan partir las huestes reales, y Alonso con ellas. Prosiguieron, pues, cruzando al azar plazas desiertas, pasadizos sombrÍos, callejones estrechos y tenebrosos, hasta que por Último, vieron brillar Á lo lejos una luz, una luz pequeÑa y moribunda, en torno de la cual la niebla formaba un cerco de claridad fantÁstica y dudosa. HabÍan llegado Á la calle del Cristo,[1] y la luz que se divisaba en uno de sus extremes parecÍa ser la del farolillo que alumbraba en aquella Época, y alumbra aÚn, Á la imagen que le da su nombre. Al verla, ambos dejaron escapar una exclamaciÓn de jÚbilo, y apresurando el paso en su direcciÓn, no tardaron mucho en encontrarse junto al retablo en que ardÍa. [Footnote 1: la calle del Cristo. The street mentioned here is one known up to the year 1864 as la Calle del Cristo de la Calavera or la Calle de la Calavera, but which bears to-day the name of la Cuesta del Pez. It terminates near a little square which is called to-day Plazuela de Abdon de Paz, but which earlier bore the name of Plazuela de la Cruz de la Calavera. Miraculous tales are related of several of the images of Christ in Toledo, of the Cristo de la Luz, of the Cristo de la Vega, and others, as well as of the image we have to deal with here.] Los caballeros, despuÉs de saludar respetuosamente la imagen de Cristo, quitÁndose los birretes y murmurando en voz baja una corta oraciÓn, reconocieron el terreno con una ojeada, echaron Á tierra sus mantos, y apercibiÉndose mutuamente para el combate y dÁndose la seÑal con un leve movimiento de cabeza, cruzaron los estoques. Pero apenas se habÍan tocado los aceros y antes que ninguno de los combatientes hubiese podido dar un solo paso Ó intentar un golpe, la luz se apagÓ[1] de repente y la calle quedÓ sumida en la obscuridad mÁs profunda. Como guiados de un mismo pensamiento y al verse rodeados de repentinas tinieblas, los dos combatientes dieron un paso atrÁs, bajaron al suelo las puntas de sus espadas y [Footnote 1: la luz se apagÓ. Espronceda describes effectively a similar miraculous extinguishing and relighting of a lamp before a shrine, in Part IV of his Estudiante de Salamanca:
—SerÁ alguna rÁfaga de aire que ha abatido la llama al pasar, exclamÓ Carrillo volviendo Á ponerse en guardia, y previniendo con una voz Á Lope, que parecÍa preocupado. Lope diÓ un paso adelante para recuperar el terreno perdido, tendiÓ el brazo y los aceros se tocaron otra vez; mas al tocarse, la luz se tornÓ Á apagar por sÍ misma, permaneciendo asÍ mientras no se separaron los estoques. —En verdad que esto es extraÑo, murmurÓ Lope mirando al farolillo, que espontaneamente habia vuelto Á encenderse, y se mecÍa con lentitud en el aire, derramando una claridad trÉmula y extraÑa sobre el amarillo craneo de la calavera colocada a los pies de Cristo. —Bah! dijo Alonso, serÁ que la beata encargada de cuidar del farol del retablo sisa Á los devotos y escasea el aceite, por lo cual la luz, proxima Á morir, luce y se obscurece Á intervalos en seÑal de agonÍa; y dichas estas palabras, el impetuoso joven tornÓ Á colocarse en actitud de defensa. Su contrario le imitÓ; pero esta vez, no tan sÓlo volviÓ Á rodearlos una sombra espesisima É impenetrable, sino que al mismo tiempo hiriÓ sus oÍdos el eco profundo de una voz misteriosa, semejante Á esos largos gemidos del vendaval que parece que se queja y articula palabras al correr aprisionado por las torcidas, estrechas y tenebrosas calles de Toledo. Que dijo aquella voz medrosa y sobrehumana, nunca pudo saberse; pero al oirla ambos jÓvenes se sintieron poseÍdos de tan profundo terror, que las espadas se escaparon de sus manos, el cabello se les erizÓ, y por sus cuerpos, que estremecÍa un temblor involuntario, y por sus frentes pÁlidas y descompuestas, comenzÓ Á correr un sudor frÍo como el de la muerte. La luz, por tercera vez apagada, por tercera vez volviÓ Á resucitar, y las tinieblas se disiparon. —Ah! exclamÓ Lope al ver Á su contrario entonces, y en otros dÍas su mejor amigo, asombrado como Él, y como Él pÁlido É inmÓvil; Dios no quiere permitir este combate, porque es una lucha fratricida; porque un combate entre nosotros ofende al cielo, ante el cual nos hemos jurado cien veces una amistad eterna. Y esto diciendo se arrojÓ en los brazos de Alonso, que le estrechÓ entre los suyos con una fuerza y una efusiÓn indecibles. |