La mujer y el derecho de votar

Previous

Sr. Presidente y Caballeros del Senado:

Pocas veces me he sentido tan orgulloso de ostentar la representaciÓn popular como esta vez que me permite abogar por una causa que no puede ser representada ni defendida en este sitio por la parte a quien directa y particularmente interesa, merced a esa levadura de prejuicios que han dejado en la mente del hombre moderno las creencias e ideas del antiguo. La causa del sufragio femenino es una causa que despierta la simpatÍa de todo hombre desapasionado, porque representa la causa del dÉbil que, privado del medio de defenderse por sÍ mismo, pone toda su razÓn y derecho al arbitrio del fuerte.

Pero no es solamente por esto que atrae mi simpatÍa y apela a mi defensa. Es ademÁs que dicha causa tiene en sÍ un fondo irresistible de verdad y justicia al cual no puede negarse ninguna inteligencia abierta y libre. Si nuestra conciencia como legisladores debe inspirarse en las eternas fuentes del derecho, si las leyes que aquÍ formulamos deben llevar el sello divino de dar a cada uno lo suyo, no podemos rehusar a la mujer el derecho del voto como no pretendamos renegar de todas las fÓrmulas y conquistas de la democracia y de la libertad que han hecho de este siglo el ser llamado con propiedad el siglo de las reivindicaciones.

El sufragio femenino es una reforma exigida por las condiciones sociales de nuestro tiempo, por la elevaciÓn de la cultura de la mujer y las aspiraciones de todas las clases o grupos de la sociedad a organizarse para trabajar por los intereses que tienen de comÚn. No podemos parar el movimiento de los astros y no podemos parar igualmente ninguno de esos movimientos morales que gravitan con incontrastable fuerza hacia su centro de atracciÓn: la Justicia. Pues el mundo moral estÁ regido por las mismas leyes que el fÍsico y si el poder del hombre es impotente para suprimir una molÉcula de los espacios necesaria a la gravitaciÓn universal, menos podrÁ contener la generaciÓn de las ideas elaboradas en la conciencia y ansiosas de encarnar en los fecundos senos de la vida y de la realidad.

Es interesante el fenÓmeno de que cada vez que se trata de realizar una reforma social en consonancia con las ideas y actividades del siglo y en contradicciÓn con aÑejas creencias y preocupaciones, no faltan nunca las objeciones fundadas en el mantenimiento del statu quo que se quiere a toda costa preservar. Los eternos agoreros del desastre, los falsos profetas de la destrucciÓn, como no puede menos de suceder, alzan sus fatÍdicas voces en esta ocasiÓn protestando contra el sufragio femenino en nombre de la santidad del hogar y de la insustituibilidad de costumbres que han sido por largo tiempo admitidas.

Francamente, no tengo ninguna paciencia para escuchar semejantes objeciones. Si este paÍs no hubiera sido precisamente uno de los pocos lugares privilegiados del planeta en donde se ha realizado con fortuna el experimento de una brusca transiciÓn de sistemas e ideales, sin producir paradas ni retrocesos, sin desarticulaciones ni roturas, yo dirÍa que los sobresaltos y temores de aquellos que se oponen a esta innovaciÓn se hallan justificados.

Pero en menos de una generaciÓn, este paÍs, sacudido en sus cuatro costados por esos grandes terremotos sociales que por otro nombre se llaman revoluciones, ha visto desmoronarse sus antiguas instituciones para levantarse en su lugar otras enteramente nuevas; ha visto desaparecer teorÍas, creencias y valores morales que se tenÍan por inconmovibles y eternos para ser sustituÍdos por diferentes principios y mÉtodos, fundados en la democracia y libertad; y a despecho de esos cambios y trastornos que han modificado radicalmente su estructura social y polÍtica y gracias precisamente a ellos, nuestro pueblo se ha convertido en un pueblo con pensamientos e ideales modernos, con una constituciÓn robusta y capaz de afrontar los estragos de la lucha por la existencia, en vez de aquel enfermizo y atrofiado organismo que tenÍa miedo a todas las novedades y repudiaba las luchas materiales por temor a las iras del cielo y por un pasivo deseo de vivir en paz y bienestar ideales.

En frente de los provechosos resultados que esas instituciones de libertad y democracia han dado a este paÍs, a la vista de los marcados progresos alcanzados en todos los Órdenes de la vida nacional merced a esas mismas instituciones, pese a algunos cuantos reaccionarios y ultraconservadores que opinan lo contrario y aÑoran el pasado, yo no veo, no puedo ver, como haya gente seria que seriamente sostenga que no debe concederse el sufragio femenino, una de las mÁs vivÍsimas aspiraciones que agitan actualmente la conciencia del mundo moderno.

Recuerdo muy bien que en otros tiempos, y no muy lejanos, los mismos temores y sobresaltos se habÍan abrigado contra la instrucciÓn superior de la mujer. Que ridÍculo, se decÍa, quÉ ridÍculo que la mujer aprenda Historia, MatemÁticas, FilosofÍa y QuÍmica que no sÓlo no puede digerir su escaso cerebro sino que la llenarÍa de presunciÓn y soberbia convirtiÉndola en una especie de criatura hÍbrida, sin gracia y sin fuerza, intolerable y fatua, con mollera hermosa pero vacÍa y corazÓn grande pero seco! Y, sin embargo, hemos dado entrada a la mujer en las escuelas superiores y en las universidades y, al igual que el hombre, hemos permitido que sus cabezas ostenten las borlas de bachiller en Artes, Leyes, Medicina y otras profesiones. ¿Podemos, ahora, decir que esas mujeres han pervertido el hogar de sus mayores o cuando se han casado han sido para sus maridos motivo de deshonor o escÁndalo? Es tiempo de observar los resultados porque si estos resultados han sido perjudiciales al cuerpo social y polÍtico del paÍs, nuestro deber es deshacer lo hecho y desandar lo andado.

Nadie piensa afortunadamente en esto. Desde los mÁs cultos centros de poblaciÓn hasta las aldeas mÁs desconocidas se arrastra silenciosa y majestuosa una ola de opiniÓn popular que aprueba y aplaude la educaciÓn femenina, al punto de que los mÁs rudos sementereros envÍan a sus hijas a las ciudades a costa de los mÁs imaginables sacrificios para que puedan escalar las cumbres mÁs altas del saber, si a eso pudieran. Esos lugareÑos ignorantes saben confusamente que la mujer como el hombre estÁ hecha de la misma arcilla y no se avienen a creer que por haberles cabido la suerte de tener niÑas en vez de niÑos necesitan condenarlas a llevar las cadenas de la ignorancia incapacitÁndolas para ser Útiles a sus familias, a su sociedad y a su patria.

La instrucciÓn no ha atrofiado ni desmejorado ninguna de las facultades fundamentales de la mujer, sino, por el contrario, las ha elevado y enriquecido. Lejos de ser una carga constante para la familia, la mujer instruÍda ha sido muchas veces su sostÉn y apoyo en apurados trances. La mujer instruÍda no se ha transformado en la marisabidilla, la fatua criatura forjada por la imaginaciÓn de algunos, ni siquiera ha perdido ninguno de sus encantos femeninos porque razone y discuta con el hombre sobre toda clase de materias; antes bien, a causa de ello, parece que encontramos en ella mayor gracia y encanto, porque nos comprende mejor y sabe hacerse comprender mejor. Hoy, gracias a Dios, ha desaparecido ya aquella comezÓn de ridÍculo que acometÍa a muchos al observar lo que consideraban necia presunciÓn de las mujeres de saber tanto como los hombres, y esto se debe, indudablemente, a que los desastrosos resultados que pronosticaron los agoreros de las malas nuevas, las terribles profetas de la destrucciÓn, no se han cumplido.

Pues bien, si admitÍs la instrucciÓn y educaciÓn de la mujer, en todos los terrenos de la ciencia, debÉis admitir la intervenciÓn de la mujer no sÓlo en la vida domÉstica sino tambiÉn en la vida social o pÚblica. La instrucciÓn y la educaciÓn tienen un doble fin: el individual, que redime la inteligencia humana de los peligros de la ignorancia, y el social, que prepara al hombre y a la mujer a cumplir los deberes de una buena ciudadanÍa. No se educa uno exclusivamente para su propio bien sino principalmente para ser Útil y servir a los demÁs. El mayor peligro que existe para la sociedad es el hombre instruÍdo que sÓlo piensa en sÍ mismo, porque su instrucciÓn misma le da mayor poder para hacer daÑo y sacrificar a todos a su conveniencia, o su ambiciÓn personal. El verdadero objeto de la educaciÓn es el servicio al pÚblico, el de aplicar los conocimientos que no adquiere, al bien y mejoramiento de la sociedad en que vive.

Por tanto, en las sociedades donde se admite a la mujer a todas las carreras y profesiones de la vida, donde no se escatima a la mujer ninguna fuente de conocimiento debe admitirse necesaria y lÓgicamente la intervenciÓn de la mujer en la vida pÚblica. De otro modo, su educaciÓn serÍa incompleta o la sociedad serÍa injusta con ella pues despuÉs de suministrarla los medios para su educaciÓn la privarÍa de los poderes necesarios para emplear esa educaciÓn en pro del bien social y el progreso colectivo.

No puedo resistirme a esta conclusiÓn. Si se ofrece a la mujer igual oportunidad de educaciÓn que al hombre, si se la estimula para aprender y estudiar los conocimientos del mundo y de la vida, deben abrÍrsela las puertas de la vida pÚblica para que pueda desempeÑar en ella el papel que le corresponde.

En las sociedades retrÓgradas se enseÑa a la mujer solamente aquella parte de conocimientos que necesita para la vida del hogar, preparÁndola asÍ inconscientemente para sufrir aquella dulce, aquella encantadora esclavitud que tanto agrada al ser masculino. Es cuestiÓn solamente de escoger nuestro sistema: o esclavitud e ignorancia o libertad y educaciÓn para la mujer.

El sufragio femenino es consecuencia de la educaciÓn de la mujer; es consecuencia, tambiÉn, de su libertad de conciencia. Por el voto se expresa la fÉ polÍtica, como por el culto la fÉ religiosa. No hay razÓn para impedirle a la mujer el acceso a las urnas como no la hay para privarla de ir al templo.

No hay razÓn para que el sufragio sea un privilegio de sexo, puesto que los deberes de ciudadanÍa pesan tanto sobre el hombre como sobre la mujer. ¿Es que la mujer, por serlo, estÁ menos obligada a velar por los intereses de la Patria, por la felicidad y el porvenir de su paÍs? Querer restringir la actividad de la mujer para las cosas pÚblicas es como decir que la mujer no debe amar a su paÍs ni debe consagrar tiempo a las obligaciones que la corresponden como ciudadana, ni debe sentir el cariÑo y la devociÓn que en toda criatura bien nacida despierta la idea de la Patria y de la colectividad.

La esterilidad fÍsica es combatida y se considera como una desgracia en la mujer; pero queremos condenarla a una perpetua esterilidad polÍtica—que es lo mismo decir esterilidad patriÓtica—al impedirla que tome parte en el sufragio que da a los ciudadanos el medio mÁs efectivo para influir en los destinos sociales y en el mejoramiento de los negocios pÚblicos. ¿CÓmo inculcar en los niÑos, esa prenda sagrada del porvenir de una naciÓn, el culto y la en la Patria y en la libertad si no se les da a las madres la educaciÓn prÁctica que envuelve en sÍ el privilegio del voto, si se les enseÑa que el gobierno y la polÍtica son divinidades extraÑas, en cuyos templos les estÁ vedado penetrar, si sobre sÍ mismas sienten el estigma de inferioridad e incapacidad para hablar a sus hijos de los negocios pÚblicos y de los intereses de la naciÓn y del Estado?

Todas las clases o grupos sociales tienen derecho a ser representados en las legislaturas para trabajar por las leyes que afectan a sus intereses; los comerciantes pueden eligir a uno de ellos, lo mismo los agricultores, los obreros y los industriales; pero a las mujeres, que no son meramente un grupo sino un compuesto de grupos, con representar la mitad de un paÍs, con propios intereses que sostener no sÓlo en relaciÓn a su sexo sino tambiÉn en relaciÓn a su situaciÓn dentro de la familia, no se les permite votar y por tanto no se les permite tener una representaciÓn que sostenga aquellas leyes o medidas necesarias para su protecciÓn y mejoramiento. ¿Es esto justo? ¿Es siquiera moral? El trabajo de las mujeres puede ser explotado en fÁbricas y talleres, la virtud de las mujeres puede ser objeto de trÁfico en el mercado, y, sin embargo, la mujer no puede defender directamente los intereses de su sexo por una de esas aberraciones del sentido moral proveniente del grosero egoÍsmo, de la brutal tiranÍa del hombre.

Si al menos las mujeres estuvieran exentas de cumplir las leyes! Pero la ley obliga tanto a la mujer como al hombre; el CÓdigo Penal alcanza con su espada las infracciones cometidas por uno y otro sexo, y el impuesto y la contribuciÓn gravan lo mismo la riqueza masculina que la femenina. Es decir, ante la ley, los deberes son los mismos, pero los derechos, no.

¿QuÉ extraÑo que nuestras leyes contengan tantas injusticias sociales para la mujer, tantas irritantes desigualdades, basadas todas ellas en la teorÍa de la dependencia servil de la mujer al hombre causada por su congÉnita inferioridad mental y fisiolÓgica? Moebius estÁ encarnado en nuestros cÓdigos, rige nuestra polÍtica y preside todas las modalidades de nuestro vivir social y polÍtico, en forma tal que hay motivos para avergonzarse que en plena Época de reivindicaciones, cuando todas las clases han obtenido sus derechos a la libertad y a la igualdad, la mujer ha permanecido indefinidamente sujeta al mismo nivel como en los siglos de sujeciÓn y esclavitud.

Una democracia verdadera no puede existir mitad libre y mitad esclava, mitad con representaciÓn y mitad sin representaciÓn en las funciones pÚblicas. El pueblo no es solamente hombre sino tambiÉn mujer, y, en igualdad de condiciones, la mujer debe tener los mismos derechos polÍticos que el hombre. Pero lo menos debe tener aquÉllos derechos fundamentales que, como el voto, requieren nada mÁs que inteligencia y capacidad para ejercerlo, a fin de que pueda tener alguna voz en la decisiÓn de sus propios destinos y librar por sÍ misma las batallas que exigen su honor, su libertad y otros tantos intereses que descuÍdan o ignoran los hombres en virtud del indisputado monopolio ejercido por ellos sobre los negocios pÚblicos.

No desaparecerÁn radicalmente las injusticias, las desigualdades sociales y jurÍdicas contenidas en nuestros cÓdigos ni mejorarÁn las condiciones de la existencia para la mujer mientras sean los hombres los Únicos que legislen y dominen todas las esferas de la vida pÚblica, mientras dicten a la mujer lo que debe hacer y lo que no debe hacer; y, a su vez, la mujer serÁ incompetente de cuidar de sus propios intereses y de dirigir sus propios destinos mientras no mire mÁs alto, mientras preste su asentimiento a la superioridad del hombre y crea que su destino es simplemente servir y complacer al hombre para el lecho y el hogar, en vez de ser su verdadera ayuda y compaÑÍa para el progreso y felicidad del gÉnero humano.

Todas las objeciones que se aducen o pueden aducirse en contra del sufragio femenino tienden invariablemente a estos dos objetos: a la seclusiÓn domÉstica de la mujer y a perpetuar su esclavitud civil y polÍtica.

Que la mujer no debe atender mÁs que las ocupaciones del hogar, que no debe vivir mÁs que para su esposo e hijos; que tiene bastante trabajo para todo el dÍa con dirigir al cocinero, limpiar la casa y remendar los vestidos; es la fÓrmula que sostienen los partidarios del antiguo rÉgimen. O si no, esta otra: que la mujer no estÁ por naturaleza llamada a luchar con el hombre en la vida pÚblica; que el hombre por razÓn de esa lucha dejarÁ de considerarla como un ser digno de adoraciÓn, un sagrado Ídolo ante cuyos pies se arrodilla, sino que verÁ en ella a una rival a quien hay que combatir y anular para la propia conservaciÓn, y con ello la mujer no sÓlo arrastrarÍa la nÍtida sampaguita de su virtud en el lodo de la vida polÍtica, sino perderÍa, ademÁs, la estimaciÓn, el respeto y las consideraciones, de los cuales se ve rodeada en la actualidad.

No tengo sino el mÁs profundo respeto para todos aquÉllos, hombres y mujeres, que piensan honradamente asÍ. No tienen la culpa de creer que aquello que ha existido siempre de un modo tal, no sea lo mejor. No comprenden que la vida es movimiento e insensiblemente se adhieren a las capas sociales nuevos elementos de vida y carÁcter que requieren necesariamente el cambio y la renovaciÓn. No es posible a la sociedad estancarse en un sitio, porque ocurrirÁ lo que ocurre a las aguas estancadas, que despiden pestilentes miasmas. La teorÍa de que la mujer sÓlo existe para el hogar y por el hogar ha dejado de existir hace tiempo. Ella ha tomado insensiblemente su puesto en la vida pÚblica y ayuda y dirige al hombre aÚn cuando Éste no se percate de ello, y aÚn cuando no se la reconozca derechos para ello. En las sociedades modernas, la mujer participa en la direcciÓn de la caridad pÚblica y en la educaciÓn de los niÑos; ejerce como mÉdica, abogada, literata; forma parte de la legiÓn de la prensa, de muchos empleos pÚblicos y se interesa y coopera en la supresiÓn de los vicios y miserias sociales.

¿QuiÉn no admite que la mujer tiene deberes para su hogar, su esposo e hijos que debe cumplir ordinariamente con preferencia a cualesquiera otros deberes? Pero, ¿excluye eso, acaso, el cumplimiento de otros deberes para con Dios, para con el prÓjimo y para con el Estado? El hombre como la mujer estÁ lleno de deberes: en cumplirlos ordenada y totalmente estÁ el verdadero mÉrito. ¿No dedica la mujer filipina una parte a veces considerable de su tiempo a la iglesia y a otros deberes llamados de sociedad, a ir de visitas o recibirlas, a concurrir a fiestas, teatros y bailes?

¿Se ha quejado alguien de esto? ¿Se ha criticado al menos a las mujeres porque asistan asiduamente y cumplan pÚblicamente sus deberes religiosos en los templos llenos de bote en bote; en las calles pÚblicas, ahitas de muchedumbres tumultuosas, formando cola a lo largo de las procesiones de los santos, entre empellones y sofocones desagradables que toleran mansamente a causa de la confesiÓn pÚblica de su fÉ? Ellas no van solamente a las iglesias sino a los espÉctaculos pÚblicos, a las fiestas populares, allÍ donde pueden ostentar la elegancia de sus trajes o satisfacer su curiosidad femenina. Y no vemos en todo ello ninguna asechanza o peligro para su virtud, sabiendo que esas mujeres que van a esos puntos y se exhiben de esa manera son madres, esposas, o hijas que tienen deberes que atender en sus casas.

¿CuÁl es la diferencia, digo ahora, de que la mujer salga tambiÉn de su casa para asistir o tomar parte en un miting polÍtico donde se trata de las necesidades pÚblicas o de la conveniencia de eligir a Éste o a aquÉl funcionario? ¿QuÉ peligros puede haber para la virtud o pureza de la mujer en que ella se interese en los asuntos pÚblicos que afectan al bienestar de las familias, puesto que la mujer en cualquier estado de su vida ocupa siempre una posiciÓn dentro de la familia? ¿Por quÉ ha de considerarse que la mujer dejarÁ en las zarzas de la polÍtica la flor de sus encantos si oye a un orador polÍtico—ella que estÁ acostumbrada a oir sermones—o, si el caso se presenta, pronuncia ella misma un discurso expresando su opiniÓn sobre algÚn asunto de interÉs para la familia, sobre la necesidad de remediar ciertos males sociales o sobre la conveniencia de recoger a niÑos abandonados o desvÁlidos?

Tomemos el caso de una de las cuestiones de mÁs palpitante interÉs en este tiempo, la cuestiÓn del incremento de los juegos. ¿Creeis que esta cuestiÓn no es de aquÉllas que tienen relaciÓn inmediata con el bienestar de las familias especialmente de las mujeres dentro de ellas? ¿QuiÉnes son los que mÁs sufren de los abusos del padre o del esposo al dedicar gran parte de los ingresos de la familia a los azares e incertidumbres de su pasiÓn? Son las mujeres y las hijas a quienes se condenan a sufrir muchas veces privaciones y sufrimientos innecesarios por causa del vicio y de la falta del hombre en la familia. Y ¿quereis negar a la mujer el derecho de inmiscuÍrse en la vida polÍtica para que pueda ilustrar con su opiniÓn al cuerpo electoral sobre los resultados funestos del juego o para influir con su voto en la elecciÓn de funcionarios que se comprometan a llevar a cabo las deseables medidas? ¿Y por quÉ no ha de ser la opiniÓn de la mujer en un asunto de esta naturaleza de tanto o mejor peso que la del hombre pues que a ella le alcanzan las consecuencias y resultados del mal? Como este asunto se pueden encontrar otros muchos en que el bien y la felicidad de la mujer se halla de un modo o de otro vitalmente interesados.

No veo en todo cuanto pueda hacer la mujer en polÍtica ninguna actividad perniciosa, y si me apurais mÁs, digo que semejante actividad es altamente saludable y beneficiosa para la mujer y para la sociedad entera. En todos esos casos la mujer se instruye y obtiene mejor conocimiento del mundo y de la vida. No se considera como un ser extraÑo a la sociedad y al gobierno y no se mostrarÁ por tanto ajena e indiferente a sus miserias y progresos. Nada puede hacer mayor daÑo a una sociedad como el encontrar en su seno cuerpos extraÑos, absolutamente indiferentes al bien o al mal, piezas inÚtiles de una maquinaria que estÁ en funciÓn.

Nos aterrorizamos ante la idea de que los impulsos de la mujer, su fanatismo, su criterio cerrado, segÚn unos, su debilidad o falta de carÁcter, segÚn otros, su poca preparaciÓn o poca cultura, segÚn otros mÁs, hagan del derecho de sufragio una mera farsa o una comedia ridÍcula por la que han de entrar a tener predominio elementos o intereses privilegiados. Lo que yo digo es que todos esos impulsos, sentimientos, debilidades e imperfecciones de la mujer se deben precisamente a su estado de seclusiÓn domÉstica, efectos de una educaciÓn o de un sistema tocado de senil debilidad, que no permite a las facultades naturales de la mujer aquella expansiÓn que es tan necesaria a la vida como el vapor a la electricidad y la electricidad a la luz. Y que para corregir esos defectos e imperfecciones, no es lo mÁs cuerdo mantener el sistema bajo el cual han crecido y prosperado, sino producir un cambio violento, un vuelco regenerador para que ella pudiera, como el ave que ensaya sus alas, volar a los altos espacios, abundantes de aire y luz, libre para derramar allÍ la graciosa esencia de su ser y ensayar los lÍmites de sus facultades e instintos.

Tenemos que procurar a la mujer nuevos objetivos en la vida, otras ocupaciones elevadas para que pruebe su aptitud y de esta manera todo eso que se seÑala como defectuoso y deforme en su carÁcter y educaciÓn se eliminarÁ en un ambiente de libertad y publicidad, donde sin miedo ni piedad se puedan sacar a colaciÓn los defectos y expurgar al individuo de sus vicios. Y por esto quiero y pretendo para la mujer derechos polÍticos, porque entiendo que uno de sus resultados serÁ enriquecer, mejorar y favorecer sus aptitudes y aspiraciones para servir a los altos ideales de la vida y de la sociedad. La mujer se ocuparÁ menos de fruslerÍas y pequeÑeces, de cortes de vestidos y modas, de chismes y otros tÓpicos comunes, que constituyen por lo general, el asunto de sus conversaciones y se esmerarÁ en aprender y tratar de las cosas serias que ataÑen al mejoramiento y bienestar sociales.

La polÍtica no es una ocupaciÓn permanente que pueda absorber el tiempo de una persona que tiene otros negocios regulares que atender. De hecho, con excepciÓn de los funcionarios polÍticos y ciertos profesionales, la mayorÍa de los ciudadanos no emplea en polÍtica mÁs que el tiempo puramente preciso que le permiten sus ocupaciones ordinarias. El hombre o la mujer que haga depender su suerte o sus medios de vida de la polÍtica tiene que convencerse de que la polÍtica no dÁ para comer pero si para tener hambre.

Es perfectamente compatible la polÍtica con las ocupaciones y tareas domÉsticas de la mujer, sea ella madre esposa o hija. La mujer educada sabe sus responsabilidades y conoce la manera de dividir su tiempo y anteponer sus obligaciones domÉsticas a cualesquiera otras fuera del hogar. Y cuando la mujer estÁ muy atareada en casa, no harÁ polÍtica; o cuando se ve atada al lecho por los dolores y cuidados de la maternidad no podrÁ hacer polÍtica, aunque quiera. Y, por eso, cuando se dice que la mujer va a descuidar el hogar por la polÍtica o va a desatender el cuidado del esposo y de los hijos por el mero hecho de obtener el sufragio, realmente confieso que, por mi torpeza quizÁ, no puedo entenderlo.

InsistÍs en que la mujer, segÚn el plan divino, es para el hogar y el hombre para la sociedad y en eso consiste la verdadera divisiÓn del trabajo entre las dos mitades del gÉnero humano. ¿Me quereis decir por quÉ, si eso fuera el plan de Dios, todas las religiones y todas las escuelas de moral coinciden en prescribir el deber al prÓjimo, el amor a los semejantes? ¿Se ha dirigido el SeÑor sÓlo al hombre y no a la mujer tambiÉn cuando entre temblores de tierra y llamas resplandecientes entregÓ el mundo las tablas del DecÁlogo y dijo: “Ama a tu prÓjimo como a tÍ mismo”? ¿Se refiere al hombre y no a la mujer inclusive aquel precepto universal, contenido de toda moral y de toda religiÓn, que dice: “Haz a tu prÓjimo lo que quieras que hagan contigo”? Estos preceptos me indican que el hombre y la mujer tienen deberes para con los demÁs, tienen deberes para con sus semejantes y que no deben concentrar su felicidad en el hogar sino tambiÉn, fuera de Él, en la sociedad. ¿Me quereis decir si el hogar puede ser feliz entretanto que la sociedad no lo sea, puesto que la sociedad es nada mÁs que la ampliaciÓn y la suma de todos los hogares, y todas las miserias y males de la sociedad repercuten en el hogar de la misma manera que la felicidad y el bienestar del hogar influyen en el bienestar y felicidad de la sociedad?

Quereis hacer una divisiÓn imposible, dividir al individuo humano en dos mitades: mitad feliz en el hogar y mitad infeliz en la sociedad, o viceversa. Podeis hacer, si quereis, esa divisiÓn; pero una de dos: o teneis que barrer por inÚtiles todos vuestros cÓdigos que dan al hombre el gobierno y administraciÓn de la casa para arreglar otros que entreguen ambos poderes a la mujer; o tenÉis que admitir a la mujer, si no quereis eso, en la participaciÓn de los negocios pÚblicos para que ella pueda, como en el hogar, ayudar al hombre a formar y cimentar la felicidad de ese otro hogar grande que se llama sociedad.

Se dice que la mujer al presentarse en el escenario polÍtico se enajenarÁ al punto el respeto y la admiraciÓn del hombre y, lejos de ganar, perderÁ las ventajas en que su actual posiciÓn le coloca, fuera de toda lucha directa con el hombre, siendo adorable y adorada en todas partes y reinando suprema en el hogar con la autoridad indiscutible de la madre o de la esposa, envuelta en ese esplÉndido manto de gracia y majestad de que la ha dotado la Naturaleza, pura e impoluta de las manchas que las luchas e intrigas polÍticas dejan siempre en la reputaciÓn y en la dignidad humanas.

No creo que haya dejado de expresar deliberadamente en tÉrminos mÁs poÉticos y exactos la posiciÓn de nuestros adversarios, y al decir “de nuestros adversarios” yo incluyo a la innumerable legiÓn de mujeres que titubean aÚn en pedir el sufragio por consideraciones que no sÉ si llamarlas egoÍstas.

Pero, con todo, digo que ese ideal polÍtico de la mujer no puede desaparecer porque ella sea educada en la polÍtica a la manera que se educa en las ciencias y en las artes. La educaciÓn polÍtica, lejos de perjudicar los encantos naturales de la mujer los realzarÁ, a mi juicio, por la misma razÓn y motivo que la educaciÓn actual de la mujer moderna le ha dado otros encantos que no poseÍa la mujer antigua. A menos que sostengais que la educaciÓn es en sÍ misma un mal mÁs que un bien, que desmejora el carÁcter en vez de mejorarlo, no podeis eludir la deducciÓn de que ampliando los conocimientos y las experiencias de la mujer, darÍais mÁs vigor, mÁs energÍa y mÁs encanto a la personalidad femenina.

Nada infunde mayor respeto como la educaciÓn; la educaciÓn es lo que eleva el nivel de las personas. Desde el momento en que uno muestra ser educado, al punto obtiene la consideraciÓn y el respeto de los demÁs. A pesar de los prejuicios de raza, solamente por su educaciÓn el hombre amarillo u oscuro puede conquistar el respeto y a veces la admiraciÓn del hombre blanco.

¿Cuando ha inspirado la mujer mayor respeto al hombre sino cuando la ha visto instruida y educada a su altura en los colegios y universidades? ¿Antes, cuando la mujer permanecÍa en estado de ignorancia era acaso mÁs respetada que ahora? Estoy dispuesto a convenir en que era mÁs asediada, mÁs agasajada quizÁs, pero no por eso mÁs respetada. ¿Llamais respeto y consideraciÓn a aquÉllas vanas fÓrmulas de etiqueta que hacÍan doblar el espinazo del hombre a la vista de una mujer y le hacÍan decir cuatro frases vulgares de cumplimiento, para hinchar la vanidad o marear la cabeza de una mujer crÉdula y fatua? ¿Llamais respeto a ese hÁbito singular de algunos hombres de calificar siempre de divinos los ojos de la mujer que tiene delante, de comparar sus labios a lindos pÉtalos de rosa, sus dientes a sarta de diminutas perlas, su cintura a cimbreante tallo de azucena y otras tantas necedades de ese jaez? Si es esa la forma de respeto y consideraciÓn que perderÍa la mujer por dedicarse a la polÍtica, ella debe celebrarlo, porque todas esas fÓrmulas insustanciales de galanterÍa no pasan de ser lo que el cacareo del gallo para sorprender y asaltar repentinamente a la descuidada gallina.

¿Ni como puede, en verdad, inspirar respeto la debilidad y la ignorancia? De hecho cuando la mujer estaba en aquel estado en que se tasaban sus conocimientos, porque se creÍa que un poco de culinaria, de bordado y de piano, a mÁs de saber el catecismo, eran suficientes para el matrimonio, Única carrera que se le permitÍa, el hombre le dispensaba toda clase de consideraciones y cortesÍas, pero Éstas no estaban inspiradas en un verdadero sentimiento de respeto sino mÁs bien en una especie de caballerosidad, hija de la idea de que la mujer siendo de suyo dÉbil e ignorante, merecia de parte del hombre, aquella protecciÓn, consideraciÓn y cortesÍa debidas a la debilidad y a la ignorancia. ¿Es esta acaso la idea que quieren las mujeres que se tenga de sÍ mismas? El respeto es un sentimiento que nace de la idea de igualdad y a menos que la mujer se coloque al nivel del hombre en las cuestiones polÍticas, no dejarÁn de oirse estas o semejantes ignominiosas exclamaciones. Pero, mujer, que entiendes de estas cosas! No te metas en asuntos que no te importan.

No necesita preocuparse la mujer de que al participar en el sufragio, y como resultado de Él habrÁ de perder necesariamente las consideraciones y cortesÍas de que se ve rodeada en la actualidad, fuera de toda lucha directa con el hombre y libre de ser atacada por Él como una rival a quiÉn hay que anular y destruir por propia conservaciÓn. En primer lugar, es un error el considerar que la intervenciÓn de la mujer en la vida pÚblica darÁ por resultado la rivalidad de los dos sexos. La atracciÓn y simpatÍa entre el hombre y la mujer nace precisamente de la oposiciÓn del sexo: si no hubiera mÁs que puramente hombres o puramente mujeres, acaso serÍa posible pensar que se destruirÍan porque no tendrÍa objeto la vida ni la especie humana se reproducirÍa. De modo que en el interÉs de un sexo estÁ el no destruir al otro sexo. La polÍtica, por otro lado, no es siempre una lucha personal; en su sentido propio y elevado es lucha de ideas y principios, de teorÍas y procedimientos y suponiendo el caso de que un hombre y una mujer se ponen frente a frente en una lucha polÍtica no estÁn obligados seguramente a dar un espectÁculo de boxeo y de matarse a brazo partido, sino solamente a presentar puntos de vista y opiniones que tienen mÁs o menos fundamento, segÚn sus propios juicios. No creo que ningÚn hombre tenga derecho a insultar a una mujer por el hecho de ser su oponente, cuando no lo tiene tratÁndose de un hombre. Y en el caso de que las pasiones polÍticas dieran lugar a semejante insulto, ¿no tendrÍa la mujer el mismo derecho para contestar o echar otro insulto? He aquÍ un caso en que la mujer tendrÁ oportunidad para aprender a ser independiente en sus juicios y en sus acciones, ya que algunos parece que no quieren el sufragio sino a condiciÓn de que la mujer tenga independiente manera de pensar y obrar. No quiero tampoco suponer que muchos hombres no quieren el sufragio de la mujer porque temen que pueden resultar vencidos en una discusiÓn pÚblica y el prestigio del sexo quedarÍa mal parado.

En segundo lugar, si lo que quiere la mujer es encontrar siempre en el hombre aquella especie de adoraciÓn que se tributa a un Ídolo, ella puede estar segura de ello con sufragio o sin sufragio. Esa adoraciÓn no nace en el hombre por el hecho de que la mujer tenga menos derechos o estÉ privada de ellos, nace de que la mujer es mujer, arquetipo de gracia y belleza de la creaciÓn y el hombre quemarÁ siempre el incienso de su admiraciÓn ante el ara de esas divinidades. Recordad que se ha dicho siempre que el Cristianismo elevÓ la condiciÓn de la mujer y la diÓ mÁs derechos; y sin embargo los pueblos cristianos son los que rodean a la mujer de mayores consideraciones y respetos.

El sufragio no harÁ menos hermosos los cabellos largos de la mujer, ni empalidecerÁ la rosa de sus mejillas y de sus labios ni harÁ menos graciosas las curvas de su talle, por el contrario la imprimirÁ una gracia adicional—la de saber escribir una balota con su pequeÑa letra—y mientras sea asÍ, el hombre guardarÁ siempre para ella aquel tesoro de amor, de ternura y de adoraciÓn que en todas partes y en todos tiempos y por los siglos de los siglos inspirarÁ la idea de la gracia y de la belleza. HÉrcules se rendirÁ siempre a Venus por ser Venus, aunque Venus sea sufragista.

La educaciÓn polÍtica darÁ a la mujer nuevas armas para atraerse el respeto y la admiraciÓn del hombre. La mujer entenderÁ que su obligaciÓn no consiste solamente en dar hijos a la Patria sino en educar y dirigir sus sentimientos, de modo que desde niÑos se interesen en las cosas que se puedan hacer para mejorar las condiciones sociales, inspirÁndoles de este modo el amor o la aficiÓn a servir una causa determinada o un partido determinado en prÓ del interÉs pÚblico. La conciencia pÚblica se dilatarÁ, se robustecerÁ conteniendo y reflejando los sentimientos de la mujer, elemento pasivo, hoy por hoy, de nuestra ciudadanÍa, y en horas de crisis, cuando la naciÓn alguna vez se encuentre en peligro, ella se verÁ servida y ayudada, no sÓlo por ciudadanos, sino tambiÉn por ciudadanas, que no van a ser improvisadas ni inexpertas en las tareas y deberes colectivos sino acostumbradas a la disciplina de la organizaciÓn y a los llamamientos del servicio pÚblico.

Tiene—¿quÉ duda cabe?—sus infinitas ventajas para el hombre el dejar a la mujer en la ignorancia, no sÓlo de la polÍtica sino tambiÉn de otras materias. ¿No es mÁs fÁcil asÍ al hombre satisfacer sus caprichos y hacer de ella un juguete que puede dejar o utilizar cuando quiera? Ella es obediente, sumisa, resignada; no discute ni razona nunca; calla, obedece, sirve, un mueble hermoso que se diferencia de los demÁs de la casa en que tiene vida; muÑeca deliciosa porque habla y tiene un poco de juicio. Yo sÉ que este es el ideal que muchos hombres quieren, por la sencilla y Única razÓn de que asÍ les conviene.

Pero no es esa la mujer como debe ser; la mujer que nuestro siglo ha redimido de la ignorancia y de la esclavitud; la mujer que ha recibido de Dios una inteligencia, una voluntad y un corazÓn para que los cultive y perfeccione al objeto de que ella sea, no la sierva del hombre sino su compaÑera, no la sÚbdita de un rey sino reina al lado del rey, fieles y constantes aliados desde la cuna hasta el sepulcro, en la hora feliz o en la adversa, no sÓlo en las intimidades del santuario domÉstico, sino tambiÉn en los abiertos y dilatados espacios de la vida pÚblica. El hombre y la mujer han sido hechos para unirse, comprenderse y amarse, para estar juntos siempre a trabajar, sufrir y luchar por cuanto hay de bueno y de bello en la vida, para afirmar el reinado de la pareja humana sobre el planeta y hacer de Él una habitaciÓn digna y feliz, libre de tiranÍas y sufrimientos y apta para ser vivida por sÉres pacÍficos e inteligentes y no por buitres y otras fieras voraces.

Esta es la misiÓn de la mujer y del hombre sobre la tierra tal como la comprendo y la concibo. Hasta que el hombre y la mujer no se encuentren en un perfecto nivel, en un plano completo de igualdad segÚn sus naturalezas respectivas de modo que pueda haber una comuniÓn Íntima de pensamientos, afectos e intereses, la vida serÁ siempre ominosa y miserable para el uno o para la otra, y la Humanidad no triunfarÁ de sus presentes desdichas. La criatura femenina ha salido de la mano de Dios tan perfecta como el hombre y no es justo privarla de ninguna de las satisfacciones y ventajas que al hombre proporcionan las ciencias, las artes y la polÍtica. Si la polÍtica es una noble ocupaciÓn de la vida, ciencia y arte de hacer la felicidad de los pueblos, justo es que la mujer contribuya con cuanto quiera y con cuanto pueda a lograr esa felicidad.

¿QuÉ duda cabe que la mujer tiene facultades, sentimientos, puntos de vista y mÉtodos propios para hacer las cosas, diferentes del hombre? CuÁntas veces se ha visto que cuando un hombre no se ha atrevido a hacer una cosa se ha dejado obrar a la mujer para conseguirla! Ella tiene su propia personalidad y debe dÁrsela, como al hombre, la libertad necesaria para que pueda desarrollarla, tener voz decisiva en sus intereses y destinos, tomar por su cuenta los riesgos de la vida, hacer sus propias aventuras, experimentos y descubrimientos en vez de que el hombre la fije invariablemente la pauta de conducta y le imponga el molde en que debe trabajar.

La polÍtica ha dejado de ser lo que debÍa, se ha hecho demasiado masculina, se ha vuelto brutal, egoÍsta, personalÍsima, porque le ha faltado la bondad, la abnegaciÓn, el altruÍsmo y el espÍritu de sacrificio, que son cualidades caracterÍsticas del ser femenino. ¿Por quÉ no sacar ventajas de las energÍas de la mujer, de sus impulsos y modos de ver las cosas para mejorar nuestras prÁcticas y nuestros procedimientos en la vida pÚblica? QuiÉn sabe si la polÍtica se sanea y se purifica un poco con la presencia y la intervenciÓn de la mujer, de la misma manera que la presencia de Ésta en una reuniÓn cohibe en cierto modo la licencia de las palabras y de la acciÓn de los hombres!

El monopolio ejercido por el hombre sobre las funciones pÚblicas, ha sido, como otras tantas instituciones ahora desaparecidas, basado en la fuerza y violencia y con el fin de perpetuarlo se parapeta detrÁs de la muralla de prejuicios levantada a costa del tiempo y del orden de cosas establecido, lanzando de allÍ los dardos de la sÁtira y del ridÍculo contra aquÉllos que demandan la cesaciÓn de ese estado de violencia. AsÍ, ridÍculo es la mÁs fuerte arma que ahora se esgrime contra la mujer que pretende reclamar justicia y obtener la reivindicaciÓn de los derechos de su sexo, alguno de los cuales, como el gobierno de los pueblos, no ha sido negado ni aÚn en muchas de las sociedades primitivas.

Por Ésto, la idea que muchos tienen de la sufragista es muy curiosa. Se la representa como una mujer que odia los quehaceres de la casa y estÁ constantemente fuera de ella, de dÍa y de noche. La pintura mÁs comÚn es aquella en que la mujer arenga en una especie de asamblea a algunas de su sexo, mientras su marido se dedica a barrer la casa y entretener al bebÉ que llora. Esa es la idea que ha sido vulgarizada por los cines y revistas y la que estÁ fijada en la mente de las muchedumbres que no se paran a reflexionar elevÁndose por encima de la superficie de las cosas.

Nada hay, sin embargo, mÁs lejos de representar la realidad. La sufragista es una mujer, producto de nuestros tiempos de libertad; instruÍda como el hombre, conoce y no rehuye las responsabilidades que tiene en la familia; pero a la vez esta libre de preocupaciones y cree sencillamente en el deber de compartir con el hombre los trabajos concernientes al mejoramiento social, al bienestar pÚblico de la comunidad en que vive; cree que por lo mismo que en el hogar hay deberes asignados a su sexo, tiene asimismo deberes que desempeÑar en la vida pÚblica. En la vida domÉstica y familiar no surge ningÚn conflicto entre los dos seres por estar repartido el trabajo entre ambos; no hay motivo tampoco para temer ningÚn conflicto en la vida pÚblica si se sabe asignar a cada sexo los deberes que le corresponden segÚn su naturaleza.

La sufragista, por el hecho de serlo, no es antagÓnica a los deberes de la familia, antes bien comprende que el bienestar de la familia es el fundamento del bienestar de la sociedad, y tiene conciencia de que las miserias y vicios sociales afectan a la familia y ella puede y debe acudir a remediar con el hombre esas miserias y esos vicios.

No! la idea que se tiene de la sufragista es errÓnea; y es hora de que por lo menos las personas inteligentes y educadas corrijan su propia impresiÓn basada en prejuicios y en una mentalidad atrasada. No podemos impedir que el vulgo piense a la manera que pensaba hace medio siglo atrÁs, pero el que muchas personas serias y por demÁs progresivas se contenten con la opiniÓn del vulgo dÁ idea de que aquÍ no analizamos bien el fondo de las cosas y nos dejamos llevar simplemente de las impresiones del momento.

El sufragismo es una aspiraciÓn legÍtima, un ideal de nuestro siglo. Tiene su raÍz de vida en la filosofÍa e instituciones del mundo moderno y en las condiciones cada vez mÁs difÍciles en que pone a la mujer la lucha por la existencia. Ella necesita protegerse y organizarse no para crear la rivalidad y armarse contra el hombre sino para ser un activo sumando en el progreso social y evitar ser vÍctima de la explotaciÓn y de la iniquidad de los demÁs grupos sociales por su indiferencia y absentismo en la vida pÚblica.

No serÉ yo, hombre de ley y legislador, quien me oponga a que esta aspiraciÓn fuera satisfecha. La considero tan natural como el derecho a la vida y el derecho a la propia defensa. Y por ser natural no considero prematuro el que la mujer filipina reclame ese derecho, como ya lo han reclamado y obtenido sus congÉneres en otras partes del mundo. Me es indiferente que el grupo que ahora lo reclama sea pequeÑo e insignificante: aÚn mÁs, me serÍa completamente indiferente si la mujer de este paÍs no lo pidiera o deseara. Para otorgar, para reconocer derechos fundamentalmente concordes con el espÍritu de nuestras instituciones y con los ideales de nuestra Época no consultarÍa con quiÉn tuviera opciÓn de reclamarlos, los darÍa, los concederÍa porque es de justicia y es el plan de Dios que se realice la justicia en el tiempo y en el espacio. No soy juez sino legislador y mi primer deber es dictar la justicia, no administrarla, no esperar que haya quiÉn la pida y quiÉn se oponga a ella.

Me satisface que haya un grupo de mujeres que representando la aspiraciÓn de todas las de su sexo, se atrevan a acercarse a las gradas de nuestra Legislatura para llamar la atenciÓn sobre una falta en nuestros estatutos. Esto me indica que ha nacido y se ha revelado la conciencia de ese derecho en la mujer filipina y no necesito mÁs; no necesito contar el nÚmero y la clase de las que estÁn en esa condiciÓn. Rizal en su tiempo al abogar por los derechos polÍticos de nuestra raza, estaba con muy pocos compaÑeros; en la mayorÍa de sus compatriotas, la conciencia de esos derechos estaba dormida. Pero mentirÍa y errarÍa quiÉn dijera que aÚn en aquel tiempo la voz de Rizal no representaba la causa de toda su raza y porque Él y los que con Él trabajaban eran muy pocos, no debia prestarse atenciÓn a sus demandas. El sabÍa en conciencia que su patria estaba oprimida, que defendÍa una causa justa, que abogaba por los derechos de sus conciudadanos y no se paraba a reflexionar si sus conciudadanos tenÍan o no la conciencia de sus derechos.

Estoy satisfecho, por esto, de que las pocas mujeres que ahora hablan de los derechos de su sexo y reclaman el sufragio representan a las demÁs mujeres filipinas, a no ser que queramos inferir el insulto de decir que las mujeres de este paÍs estÁn privadas de sentido comÚn para oponerse o rehusar la concesiÓn de derechos que pueden ensanchar sus medios de vida y sus actividades dentro de la sociedad. Importa poco que la aspiraciÓn al sufragismo aparezca en su estado inicial o tenga la forma vaga de una proposiciÓn no definida y concreta: desde el momento en que ha apuntado esa aspiraciÓn, para mi es que ha brotado la semilla a flor de tierra y es inÚtil ahogarla, pues volverÁ a brotar. Cuanto mÁs retrasemos la concesiÓn del sufragio femenino serÍa tanto mÁs en nuestro daÑo, porque es lo mismo que impedir que la semilla de ahora se convierta en planta y dÉ a su sazÓn apetitosos frutos.

No, nuestro paÍs no necesita imitar la lentitud con que han procedido las viejas naciones en reconocer los derechos de la mujer. No tenemos sus tradiciones, no tenemos sus preocupaciones para ir por lentas evoluciones y no por sÚbitas revoluciones. Debemos admitir todas las revoluciones pacÍficas de ideas que condensan, como el vapor la gota de lluvia, una fÓrmula de justicia social. Lo mismo que admitimos los Últimos inventos en mecÁnica, industria y artes, los automobiles, las maquinarias centrales, los aeroplanos, debemos admitir los Últimos progresos en instituciones sociales y polÍticas de las sociedades mÁs avanzadas.

El sufragio femenino encierra un fondo de justicia, de reivindicaciÓn para la aptitud de la mujer moderna y debemos enseguida adoptarla sin necesidad de pasar por procesos innecesarios. La libertad de cultos que engendrÓ la tolerancia religiosa, el sufragio popular que vigorizÓ nuestra conciencia colectiva, la escuela libre que emancipÓ nuestras masas de la tutela de los caciques, todas las conquistas de la democracia de que nos enorgullecemos no serÍan realidades hermosas, llenas de sazonados frutos, en estos dÍas, si hubiÉsemos tenido que hacer tanteos y dar pasos vacilantes antes de incorporarlos sÚbitamente a nuestra vida social y polÍtica. Tenemos que movernos de prisa y anticiparnos a las horas vagas aspiraciones de las masas femeninas para ahorrarnos de ese modo agitaciones que al fin habrÍan de sobrevenir y cuya justicia se ha de reconocer mÁs tarde.

Cuando se dice que nuestro estado social no estÁ preparado para el sufragismo, que la mujer no estÁ suficientemente educada para ejercer sus derechos polÍticos, quiero preguntar si es que hemos necesitado decir lo mismo cuando importamos e implantamos en Éste paÍs las instituciones democrÁticas que son la base y el fundamento de nuestra sociedad actual. Nuestra educaciÓn tradicional era enteramente contraria al sistema popular de gobierno y hemos adoptado Éste por considerarlo mejor que el otro, mÁs adecuado a nuestros intereses y a los ideales del siglo, sin preguntarnos si estÁbamos preparados y educados suficientemente para ello.

Hace mÁs de veinte aÑos que la escuela libre ha abierto sus puertas a la mujer del pueblo, la educaciÓn se ha extendido entre ellas en la misma proporciÓn que entre los hombres, muchas de las mujeres que han producido nuestras escuelas son ya ahora esposas o madres y todavÍa estamos preguntÁndonos si la mujer filipina ha llegado o no a la madurez necesaria para poder ser investida de sus privilegios polÍticos. No creo que se pretenda exigir que todas ellas sean doctoras y bachilleres antes de concederlas el sufragio.

La educaciÓn polÍtica no se adquiere mÁs que educÁndose como no se llega a saber nadar mÁs que nadando. El argumento de la falta de preparaciÓn suficiente de la mujer filipina favorece y justifica la posiciÓn intelectual de los imperialistas de una metrÓpoli que no encuentran a una colonia jamÁs preparada o educada suficientemente para recibir sus derechos soberÁnicos.

Cuando el otro dÍa subÍ a un hidroplano para experimentar la sensaciÓn de un viaje por las alturas, tenÍa—¿como no decirlo?—cierta aprensiÓn, algo asÍ como un vago temor a lo desconocido, a lo nuevo, pero pasados los primeros momentos con felicidad me sentÍ perfectamente confortado y dichoso de sondear los espacios y escudriÑar los magnÍficos paisajes que se presentan a los ojos desde la altura. Oh, que hermosura nadar en la luz, cabalgar sobre las nubes y el viento, divisar el panorama de las ciudades, de las viviendas humanas como un mapa de relieve sobre el fondo de cristal de las aguas, cruzar distancias enormes en minutos, en instantes de un modo imperceptible, emular en todo al pÁjaro y como el pÁjaro aterrizar de repente sin fatiga y sin sufrimiento! Una vez terminado el viaje es cuando comprendÍ que mi aprensiÓn y mi temor carecÍan de fundamento, que no envolvÍa mÁs riesgos el volar por los aires en un aeroplano como el correr a campo traviesa en un automovil y me hice cargo de las innumerables ventajas que se pueden sacar de este aparato, producto tambiÉn de nuestros tiempos, destinado a revolucionar no sÓlo los medios de guerra sino tambiÉn las artes de la paz.

Lo mismo pasa con las nuevas fÓrmulas, con las innovaciones en el orden moral y polÍtico. No se las adopta sin ese instintivo temor, esa vaga aprensiÓn que produce lo nuevo y lo desconocido. Se oye hablar mucho de sus peligros e inconvenientes para el orden establecido. Se cree poco menos que se desquiciarÍan las esferas del firmamento y que el eje del mundo se romperÍa en pedazos. Luego, despuÉs que la innovaciÓn se ha admitido, se encuentra que parece lo mÁs natural y lÓgico porque las cosas siguen su curso normal, las estrellas ruedan y brillan lo mismo que antes en el azul y las montaÑas altas no se vienen abajo. Se sienten renacer el Ánimo y la esperanza, las muchedumbres se avienen con el nuevo estado de cosas y los mÁs recalcitrantes se lastimarÍan si se les propusiera que se volviese el antiguo estado. AsÍ ha ocurrido en nuestro paÍs. AsÍ se ha hecho siempre el progreso y asÍ marcharÁ siempre par nuevos caminos.

Es preciso que tomemos la resoluciÓn de vencer nuestros temores y escrÚpulos. Si hablÁramos del aeroplano solamente por el nÚmero de aviadores que han perecido, no admitiriamos nunca esa invenciÓn. Es preciso que nos embarquemos en Él para probarnos a nosotros mismos que nuestros temores y preocupaciones carecen de fundamento. No hay que perder de vista que el sufragismo no es una cosa nueva en el mundo, ya no es un experimento sino un hecho y ha tomado carta de naturaleza en algunos paises. Lo mismo exactamente que el aeroplano. Del mismo modo que para conocer las ventajas de este aparato no vamos a preguntar a los que nunca han viajado con Él sino a los que han hecho experiencias con el mismo, asÍ tambiÉn para conocer las ventajas del sufragismo no debemos dar crÉdito a los que lo combaten por principios y teorÍas sino a los paises que han hecho experimentos con Él y han probado ya sus resultados. El hecho que debemos anotar es que el sufragismo cunde con mayor fuerza cada dÍa y se va generalizando en los paises en que se ha admitido. Lo mismo exactamente que el aeroplano. Por consiguiente, asÍ como serÍa perfectamente ridÍculo en estos momentos declamar contra el aeroplano, por los riesgos y accidentes que pueden ocurrir y serÍa estÚpido no seguir los pasos de otros gobiernos que utilizan sus ventajas, para la defensa o la agresiÓn en caso de guerra o para abreviar las comunicaciones interiores en tiempos de paz, asimismo me parece ridÍculo, sino insensato, combatir el sufragismo en el terreno especulativo o mÁs bien hipotÉtico y no tomar la experiencia de otros paises como guÍa de nuestra conducta haciendo que el sufragismo forme parte de nuestras modernas costumbres e instituciones.

Quisiera, para terminar, citar algunos extractos, pertinentes a este asunto, de un discurso que pronunciÉ en una velada celebrada en el Opera House y dedicado a Rizal por varios colegios de seÑoritas en 1913:

Se ha creÍdo que la mujer debe reducir toda su esfera de acciÓn al hogar a la vida domÉstica, ser absolutamente la gloria y el encanto de su esposo y de sus hijos; y no es asÍ, pues que la mujer tanto como el hombre, nace en la sociedad y vive dentro de ella, y no puede, no debe ser indiferente a las miserÍas y las desgracias sociales. Pensar de otro modo serÍa egoÍsmo y aberraciÓn, y dejarÍa a la sociedad abandonada a muchos sufrimientos que solo la mano bendita de la mujer puede curar o acallar al menos. Bien haya que la mujer sea en su casa amor y ensueÑo, gloria y felicidad; pero tambiÉn mÁs allÁ de los muros de su hogar debe cumplir su misiÓn divina y hacer llegar a todos el secreto tesoro de bondad y dulzura de que la ha provisto la buena providencia. AsÍ como en el hogar comparte con el hombre los deberes de la vida, asÍ fuera de Él, en la vida pÚblica, debe compartir con el hombre la responsabilidad de remediar y de aliviar las desdichas pÚblicas.


La beneficiencia, la caridad, la moral, por algo, tienen nombres femeninos: y es a la mujer a quien corresponde el ejercicio de todas esas virtudes en el seno de la sociedad. Ella debe tomar parte, si es que no debe iniciar en todos los casos, toda propaganda y toda acciÓn que tienda a amparar la orfandad, a socorrer la indigencia, a elevar la idea de la moralidad pÚblica. Ella debe luchar y sufrir, en medio de la sociedad en que vive por cuanto hay de femenino en la vida para calmar con un bello gesto de piedad la furiosa contienda que se libra por la existencia, y durar con el mÁgico esplendor de su cariÑosa mirada la noche eterna del humano dolor. La patria necesita no sÓlo la fuerza de los hombres, sino tambiÉn la piedad, la caridad de las mujeres; no sÓlo requiere hÉroes, sino tambiÉn heroÍnas. Y las hay, y las ha habido siempre en la historia de la humanidad: y las hay y las ha habido en esta nuestra tierra, cuyo especial privilegio consiste, en sentir de graves autores extranjeros, en que sus mujeres son superiores a los hombres.


Y estas niÑas de hoy que adoran en Rizal y que le dedican sus cantos y oraciones, maÑana se convertirÁn en las ciudadanas, que no serÁn, como la infeliz Maria Clara, vÍctimas de las injusticias sociales, sino reparadoras de ellas, y sublimes propagadoras del bien, de la virtud de la gloria y grandeza de su patria.

SÍ; abrigo esa esperanza, tengo fÉ en la libertad de la mujer. No puede permanecer una mitad de la humanidad en la parte superior y otra mitad en la parte inferior de la escala sin producirse desequilibrios, lÁgrimas y sufrimientos. Todos tienden a nivelarse en la vida como todos se nivelan en la muerte. La humanidad ha descubierto una nueva luz y su antorcha iluminarÁ aunque los errores y preocupaciones de los hombres se empeÑen en cubrirla de tinieblas. Ay de los que resistan la luz! El mundo marcha, no se detiene en su progreso. Los que quieran quedar atrÁs se quedarÁn porque es dado a los seres humanos ese albedrÍo, pero serÁ para lamentar mÁs tarde su culpa y su retraso.

No me es dado vaticinar la suerte que cabrÁ a los esfuerzos presentes que hacen las mujeres filipinas para obtener el sufragio; sÉ sin embargo que sus esfuerzos deben ser para ellas y para nosotros un motivo de orgullo y de honor porque indican que ninguna parte de nuestro pueblo es insensible a los grandes movimientos del siglo. Hay algunos que se mofarÁn de ellas, muchos que se encogerÁn de hombros, pero las mujeres no deben desalentarse por eso, porque ni la mofa ni el encogimiento de hombros son razones de peso. AlgÚn dÍa les darÁn la razÓn esos mismos que ahora se rÍen y se encogen de hombros ignorando probablemente la marcha del mundo y la de su propia sociedad, como aquellos que se burlaron de Rizal en su tiempo han lamentado su error muy tarde y le han completamente justificado y vindicado.

Lo que necesitamos es hacer la luz y propagar las nuevas doctrinas para que las acepten las conciencias que no se niegan voluntariamente a reconocer la justicia y la verdad, Únicos e inconmovibles fundamentos sobre los que descansan la estabilidad y el bienestar de las sociedades civilizadas.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

Clyx.com


Top of Page
Top of Page