Teobaldo iba delante de todos. Su corcel, mÁs ligero Ó mÁs castigado que los de sus servidores, seguÍa tan de cerca Á la res, que dos Ó tres veces, dejÁndole la brida sobre el cuello al fogoso bruto, se habÍa empinado sobre los estribos, y echÁdose al hombro la ballesta para herirlo. Pero el jabalÍ, al que sÓlo divisaba Á intervalos entre los espesos matorrales, tomaba Á desaparecer de su vista para mostrÁrsele de nuevo fuera del alcance de su armas. AsÍ corriÓ muchas horas, atravesÓ las caÑadas del valle y el pedregoso lecho del rÍo, É internÁndose en un bosque inmenso, se perdiÓ entre sus sombrÍas revueltas, siempre fijos los ojos en la codiciada res, siempre creyendo alcanzarla, siempre viÉndose burlado por su agilidad maravillosa. |